lunes, 16 de julio de 2007

Un ángel dos banderas - Papá descansa en paz (Crónica)


12 de agosto 2006


Papá descansa en paz


“No es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”J. Manuel Serrat


La muerte no tiene remedio y la historia, tiene muchas fechas. Al comenzar el año me llamaron a decirme que mi padre había sufrido un derrame cerebral, mucho más fuerte que el que ha había tenido antes; del cual se recuperó en un mes. Lloré sin cesar, gimiendo en lo que mi madre leía el periódico en la butaca del lado, sin mirarme. No fue hasta que subí el volumen que se dio cuenta, me sentí sola. El día anterior había comido con él; y en ese momento a mi padre como lo conocí, murió.


Desde que tuvo el derrame, le advirtieron que fue muy fuerte, que debía tomar terapias físicas. Trataba, al principio, luego se cansó de luchar; hacía trampa. Al ser un caso al parecer perdido, por su actitud, lo llevaron a su casa. Teresa, la última compañera de donde obtuve tres hermanos menores, se haría cargo.


Llegó el día en que se cansó. La enfermera se había ido y fue a parar en un asilo, cerca de los más graves. Como almas en agonía gemían y lloraban, estaban postrados mientras que mi padre buscaba cómo despedirse. La mente al parecer se quería desprender. Fui a visitarlo a mostrarle que hice mi libro, que se lo dediqué, no me respondió. No hablaba, no se movía, no me reconocía. Sólo una vez me dijo “Adita, vamos a la Universidad, a Cuba”. Nunca más mencionó otra oración completa en mi presencia. Al parecer decía, en silencio, eres mi niña, sigue estudiando, recuérdame, tú me entendiste, haz algo por Cuba.


Siento el corazón como “tres ritmos de bomba” al introducir lo que quiero recordar con este escrito, el último día que lo vi. El seis de junio, cuando mi hermano menor cumplió 11 años, lo visité al hospital Auxilio Mutuo. Lo llevaron allí porque descubrió una alejarse del mundo, que al parecer ya lo aprisionaba demasiado. Dejó de comer, como quien decía no quiero más, basta. Sabiendo que fallecería, porque el hambre no tenía remedio para el cuerpo, me despedí. Le dije que lo amaba, que prometía tener siempre lo que él me había enseñado y que no se preocupara por los nenes, que no les iba a faltar nada. Le agradecí sus enseñanzas, le dije papasán, como cariñosamente le decía y no se movió, sólo me apretó la mano; al parecer entendió.


Me llamaron el ocho de junio del 2006, para decirme que murió suspirando profundamente la noche anterior y con eso la tinta de mi corazón se gastó. Fermín Álvarez Silva se fue de este mundo, para pasar como un pájaro negro al otro. Sí, porque al no saber qué hacer, al tener que trabajar, decidí caminar desde mi casa en Santurce a Plaza las Américas, y al casi llegar a las puertas del cielo del dinero, un “chango” se postró en mi hombro derecho. Como si llegara el fin de los tiempos brinqué y como quien está mojado frente a la nevera abierta se apoderó de mí el frío. Al parecer se despedía, al parecer me daba fuerzas para lo que vendría después.


Negra camisa, negro pantalón, negro “brassier”, negro carro, negro. Se acabó todo, con una llamada, con una caja de cristal, con cenizas porque quería que lo cremaran. Nos estacionamos al lado de algo que decía “Celestium” donde también estuvo mi abuela, cinco años atrás. Como una majadera mosca que vuela por la comida, seguía en mi cabeza el recuerdo de una escena de televisión. Una vez en “Xena the warrior princess”, alguien muy querido murió y lo postraron sobre una tabla de madera, encima de muchas pajas. Xena, como guerrera se hizo la fuerte, pero con todo y eso hecho el fósforo que quemaría al cuerpo ya no viviente. Así mismo veía a mi padre en un futuro. Se repetía la imagen para creerme que no lo vería más, para aprovechar mis ojos, para crear memoria. Detrás de mí un poco tarde, llegó la esposa de mi papá, con mis hermanos gemelos de 13 años y el recién cumpleañero. Muchas sillas en línea, como quien espera entrar al comedor, como quien está esperando morir, estaban fuera de la capilla cerrada. Allá dentro yacía mi encuentro con un muerto, un cadáver, con mi padre, con mi experiencia, mi noticia. Una caja tapada con una tela blanca estaba al fondo izquierdo de las sillas en forma de media luna, la capilla era redonda.


Al mirar al techo, habían estrellas en un fondo azul claro como quien imita el cielo, como quien busca calma. Me pusieron al frente del mismo cura, que al parecer disfrutaba repetir el nombre que leía de un papel mientras retumbaba en mis oídos, como un eco. “Señor he dejado mi barca junto a ti, buscaré otro mar”, era el estribillo que me acercaba a mi bomba atómica sentimental. Al parecer la tela, resbalaba en lo que veía a mi padre, con su chaqueta, con el prendedor que le dieron por ser periodista en Cuba, que siempre me quiso dar.


Mis hermanos no ayudaron en nada, no los culpo. El cuerpo diminuto del menor que abrazaba la caja de cristal gritando papá me hizo llorar más. No sé quién me echó el brazo, quien me dijo lo siento, mis gemidos eran muy fuertes, salían del alma. Ya no estaría para mí, no estaría para ellos. No quería olvidarme de él nunca. Y parece ser ayer que lo despedí y han pasado dos meses. Dos meses que de vez en cuando brincan a ese día. Un tatuaje que me lo recuerda, que en su nombre me hice 48 horas antes del día de los padres, siete días después de haberlo visto; que funden su bandera cubana con su último refugio, Puerto Rico.


Al parecer la Facultad de Comunicaciones ya sabía algo, me tocó hacer una crónica para un trabajo final y hablé de esto, la muerte. Terminé diciendo que fui víctima del miedo a ésta, hoy soy enemiga del olvido. Hoy digo que mi padre era un pájaro al que veía volar constantemente. Libre, pero triste. De repente desapareció y al llamar su nombre, lo vi salir de mi boca. Mi padre ahora está dentro de mí, de mi mente, dentro del papel, de mi libro, de mis hermanos. Mi padre es mi inspiración y por él y lo que me enseñó, seguiré escribiendo, para que su Adita, su chela, su nena, su legado, resucite.

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